domingo, 29 de octubre de 2017

Juntos y revueltos





¡Qué tiempos espléndidos ha vivido la humanidad! Sí, no todo fueron tinieblas y barbarie. Hubo momentos históricos que propiciaron la construcción de sociedades más tolerantes y ricas, aunque más tarde, guerras, dictaduras y totalitarismos destruyeran los avances.  Parece que estemos bajo el influjo de una maldición: la que impide que la prosperidad y el progreso  dure más de medio siglo.    

Nos preceden hombres y mujeres que influyeron en los movimientos abolicionistas de la esclavitud, del trabajo infantil y de la trata de mujeres. Personas  que se comprometieron hasta la raíz, que perdieron  vida y patrimonio en la lucha por el  sufragio universal, por  la mejora de las condiciones a sociedad más justa e igualitaria. Pensadores cuya  defensa abarcaba la condición universal del ser humano.

Qué adorable y aleccionador leer hoy, desde este territorio en el que vivo, las palabras de Benjamín Constant. "Sea el ser humano salvaje o civilizado, posee la misma naturaleza, las mismas facultades originarias y la misma tendencia a emplearlas"


¿Qué quería significar
Constant?  Que la base del progreso humano descansa en el desarrollo de  libertades y derechos que no distingue  lugar de nacimiento o residencia, ni cualquier otra condición  que no sea la naturaleza humana para ser reconocidos.

Hay que retomar esta pasión por el concepto de igualdad, contraria a la presunta desigualdad  -y consiguiente desprecio- de quienes no pertenecen a determinada comunidad, lingüística, étnica, etcétera.


El principio de igualdad es el primer mandamiento humanista;  el segundo,  abolir la instrumentalización del otro. El uso de las personas  para defender una idea abstracta, por ejemplo, una bandera, porque es intolerable sacrificar a la gente para la defensa de un símbolo, idea o ideología.


El amor es el valor más elevado de las sociedades humanas, escribió Constant: "Una palabra, una mirada o un apretón de manos siempre me ha parecido preferibles a toda razón y a todos los tronos de la tierra".


El amor -aprecio por el otro, afecto y respeto- es la energía principal  entre las personas, pero también ha de alimentar la vida pública. Si  rechazamos utilizar a las personas para fines particulares o generales, si no olvidamos que las instituciones políticas  están al servicio de la gente, y no a la inversa, quizás la política deje de estar habitada por individuos infantiles, narcisistas que son capaces de cualquier cosa con tal de salirse con la suya. 

Feliz otoño.    







sábado, 2 de septiembre de 2017

La amiga escritora de mi amiga



The New yorker.Vintage-spirit. blogspot.com

                                            

La amiga de una amiga es escritora. Ha escrito una novela autobiográfica que nadie ha leído todavía. Perdón, sí, la ha leído una editora, o eso afirma en su carta de rechazo. Por lo visto es imposible publicar la susodicha novela porque no encaja con los criterios de la editorial. La escritora amiga de mi amiga ha pasado un verano horroroso; con el calor que ha hecho, se  pasó los días de julio y agosto  en plena tiritera,  debido a la rabia y la frustración que le provocó la falta de sensibilidad de la editorial. 

 La  novela es una monada asegura  mi amiga, aunque no la ha leído, pero pondría la mano en el fuego porque su amiga la escritora es súper simpática y el  hecho relatado, cierto, además de una pura exhibición de ingenio literario y profundidad psicológica. Mi amiga me cuenta que conoce la trama al dedillo porque fue testigo del sucedido: una jubilada –su amiga- de setenta y cuatro años se enamora de un policía local de cuarenta y dos años. Es correspondida hasta la extenuación. Por si eso no fuera ya muy excitante y sobre todo, muy reivindicativo de la libre sexualidad de las mujeres ancianas, añade al argumento un elemento de complejidad político administrativo. Resulta que la protagonista conoció al policía cuando  este depositaba  una multa en el parabrisas de su coche. Por aparcar delante de una zona reservada a las autoridades: oiga señora, ¿es que no ha visto la señal?  

De esa fortuita infracción, con posterior sanción económica, surgió una relación pasional inaudita que convirtió al guardia en prevaricador –le quitó la multa por amor-y a ella en una amante  salvaje que en las horas libres escribe, y de  pe a pa,  todas las vicisitudes y detalles de sus encuentros íntimos. Según mi  amiga, es una novela erótica, política, romántica y social.




¿Qué cómo acaba? El policía ha prosperado en el escalafón, es sargento y ella, desde el ascenso de su amado,  aparca donde le viene en  gana. Con un argumento semejante, de absoluta actualidad, la editora, incomprensiblemente, remitió la siguiente contestación:

Recibimos su paquete el lunes, así, como si nada, sin estar preparados. Algo aturdidos, abrimos la caja  y nos encontramos con este montón de papel atado como un salchichón. Desconcertados, con manos temblorosas, nos apresuramos a leer su manuscrito. Desde las primeras líneas su estilo nos dejó atontados. Cada página era como una bofetada que le dan a uno en pleno rostro, fríamente y sin motivo. Visiblemente contrariados, ninguno de nosotros ha tenido el valor de leer esta cosa hasta el final. Trastornados, descompuestos, no hemos tenido más remedio que tirarlo a la basura. Sí, ha entendido bien, lo hemos destruido. Dadas las circunstancias, eran lo único razonable que se podía hacer. Su historia nos embistió como una locomotora. Y eso, señora, no es normal. Por el bien de todos, haga el favor de dejar de escribir antes de que esto acabe mal” *

El texto en cursiva pertenece a una de las cartas de rechazo incluidas en el desternillante libro El arte de rechazar una novela, de Camilien Roy.  Es un libro aleccionador -y consolador- para quienes pretenden que una editorial publique su primera novela. Curte porque recoge un amplio catálogo de cartas de rechazo, de manera que al autor novel no le vendrá de nuevas la negativa; también  hay alguna carta de felicitación porque esa primera novela, la gran novela,  fue enviada por error  a un domicilio privado. Así que la familia disfrutó con la lectura y le pide al autor más manuscritos. 


Muchas de las cartas son crueles, despreciativas y otras, correctas, amables, pero casi todas exhiben  un tono reconocible para quienes hayan experimentado  el no y son, en su mayoría, una ejercicio de sentido del humor que ayudará a pasar el trago con mejor ánimo. 

   

viernes, 9 de junio de 2017

La muerte abolida





Una casualidad  quiso que, de vuelta de un funeral, un libro que aún no había leído pasara por delante de mi campo visual. Había sido arrinconado en una estantería y allí estaba, a la espera de mi atención. Me acerqué a él sin verlo, como otras veces, pero en esta ocasión, al dejar unas  llaves en un cuenco, lo vi de verdad: Cinco meditaciones sobre la muerte de  François Cheng.

La muerte, de cerca, de lejos; de alguien famoso o de quién nos parecía simpático o soso en vida, trae una cantinela  repetida y convertida en consolador aforismo. No somos nada. Tanto sufrimiento para qué. Vivamos el presente  y etcétera. De manera que, vamos de un funeral a otro, sin conciencia de la muerte, siempre próxima.

El libro del poeta y traductor François Chang, nacido en China en 1929, es un punto de partida glorioso porque atiende al goce de vivir de la mano de la muerte. Vida y muerte no son dos hechos antagónicos aunque lo parezcan. Las cinco meditaciones las construye en torno a su experiencia vital, alimentada por las dos tradiciones culturales de las que es deudor, la china y la francesa.   
              
Anjou Bible, Naple 


Su infancia y juventud pasaron entre dos guerras. Se refiere a esa época con una mirada asombrada, pues creía que moriría joven. El hambre y las enfermedades le debilitaron, pero también consiguieron que apreciara la vida como un milagro insólito, digno de disfrutar. Su primera poesía se deleita en un sorbo de agua limpia, en el cielo claro, en la fruta que sacia el hambre.  
Reflexiona en voz alta y  no lo hace para ensalzar la muerte, sino para detenerse en ella, observarla y concluir que no es una fuerza negativa, al contrario, es una invitación a la urgencia de vivir. Ignorarla es alimentar el Mal, propiciarlo. Porque, asegura, la muerte, si está  presente integrada en nuestra  existencia,  nos abre los ojos a la belleza incomprensible del Universo y al respeto  por la vida. 

La cuarta meditación aborda la esperanza de la muerte como acceso, puerta a otra existencia. ¿Es una creencia que surge de nuestro miedo a la nada?  Reflexiona sobre las tradiciones religiosas, considera que ni siquiera el materialismo está libre del deseo de supervivencia espiritual. Incluso Mao Zedong, en su lecho de muerte, se complacía en repetir: pronto veré a Marx.

Chang menciona varias anécdotas, algunas referidas a la muerte de Keats y Shelley; la conexión mental del segundo con la muerte del primero y el premonitorio  poema de su propia muerte. Reconforta en especial la cuarta  Meditación,  por la nobleza con la que plantea, desde su propia experiencia vital y no religiosa, la inmortalidad.
Concluye que los muertos que hemos querido en vida son invisibles, sí, pero no están ausentes.