miércoles, 5 de noviembre de 2014

La batalla perpetua.






¿Existe un hilo invisible que  nos condena al limbo de la ignorancia  histórica?  Esa  tierra de nadie donde es  imposible escapar, y en la que se hallan confinadas las generaciones humanas, olvidadizas siempre de las experiencias anteriores y de sus consecuencias en el presente. En las épocas de cambio nos refugiamos en la ignorancia, potente narcótico que nos pastorea hasta los strawberry fields, un campo tan brillante que parece nuevo y  nunca antes visto.   
Cualquier periodo de transformación se alarga durante años, es como el embarazo de una elefanta, lento y tedioso, ni nos percatamos de que se está gestando la criatura. Por fin, cuando eclosiona, pare y nace la cosa, el resultado, si será guapa o fea,  tarda décadas o siglos en apreciarse en toda su magnitud. 

Me encanta la metáfora del hilo invisible porque refleja muy bien la idea –compartida con otros-  de que todo lo que sucede está relacionado entre sí, que guarda un orden y una finalidad. Puro determinismo que  hace pedazos  la visión aleatoria y caprichosa de la existencia.

Pinturas rupestres de Tassili


Sucesos y personas estamos unidos, conectados unos con otros. Creer que cualquiera de nuestras acciones influye, que  provoca movimientos encadenados, ralentiza el impulso, nos detiene aunque sea solo un segundo, porque somos conscientes de que formamos parte del rompecabezas y nuestra acción, irrelevante a primera vista, es al mismo tiempo, decisiva.

Para la mayoría de la gente es una idiotez confiar en el hilo invisible porque transgrede las leyes del mundo material, es propio de brujería y superstición, pero quizás sea todo lo contrario. En el futuro, la investigación sobre la posibilidad de universos paralelos, estados inverosímiles de la materia y todo lo que ahora no entendemos, quizás nos proporcione la cumplida explicación de la función del hilo invisible.
    
Pasternak, inicia uno de los capítulos de su extraordinaria novela El doctor Zhivago, con la siguiente frase de Shakespeare, en Romeo y Julieta: estamos en la misma línea del libro del destino.




Se refería a Larissa y la inevitable relación que les unía. El amor  entre Yuri y Lara atraviesa   un periodo histórico para desmenuzarlo. La  ficción usurpa el análisis y convierte la novela en una descripción precisa y veraz donde no escasea la reflexión moral y filosófica  sobre la Revolución rusa, el origen y desarrollo. La humanidad, temerosa, miserable o  arrogante y poderosa se despliega ante nosotros. Boris Pasternak muestra cómo el hilo invisible gobierna hasta el final el destino de los principales personajes sobre los que se construye la trama. Cuadra todo,  sin artificio ni trampa. Dice uno de los personajes:

"Lo que fue concebido  de un modo noble y con altura de miras, se convirtió después en tosca materia. Así Grecia se transformó en Roma, el iluminismo ruso en Revolución rusa (…) por ahora todo lo que era metafórico se ha hecho literal: los hijos son realmente los hijos, y los terrores son terribles. Esta es la diferencia"






Lo viejo y lo nuevo están en pugna, es una batalla perpetua de una guerra humana  sin fin. Jonathan Swift, genio literario inglés, clérigo irlandés a quien no se le escapaba ninguna de las debilidades humanas y perversas maquinaciones sociales, escribió y publicó en 1704 un relato satírico:La batalla entre los libros antiguos y modernos.

Los libros están mezclados en las estanterías por culpa de un bibliotecario descuidado: viejos con modernos. Una absurda e irreconciliable reunión en la que afloran las diferencias entre ellos.  Se trata de que, en el monte Parnaso, hay dos cumbres, una más alta que la otra. La cima más elevada pertenece al dominio de los antiguos –el conocimiento clásico-;la baja es de los modernos –el progreso, la tecnología, la ilustración-. Los modernos carecen de buenas vistas hacia el este por culpa de la alta cima de los antiguos, a quienes los primeros  invitan a demolerla para que ambas queden a la misma altura.

El relato  recoge una controversia  de aquellos años entre quienes defendían la superioridad del saber clásico frente a lo efímero  e insustancial de los conocimientos modernos.En el trasfondo emergía una visión de la sociedad.

La batalla de los libros se centra en los libros que disputan, hieren y matan. Esopo, Virgilio, Locke, Descartes, Duns, Homero, se manifiestan a través de sus obras. Se huele la sangre en cada párrafo, pero Swift es demasiado listo para asignar la victoria a uno de los bandos, y además se ríe de la historia y de la validez de los testimonios que nos dejan los libros. 

La crónica de la batalla  es incompleta y eso que sucedió el viernes anterior.Pásmese el lector.Ya se han perdido páginas y  han desaparecido fragmentos.  Unos  pocos días han pasado  y  la crónica de la batalla en la Biblioteca de Saint James  es tan incompleta que no sabemos el resultado, no hay noticia de cómo acabó la contienda.

Northwood elementary. PTSA blog 


No se ve el final de la batalla, mucho menos de la guerra. Swift vivió en un momento en el que enseñaba la patita la Ilustración, la Revolución industrial y se cocía lentamente la Revolución Francesa. ¿Era consciente el escritor del huracán que se aproximaba por el este? ¿Del cambio de dirección social y político?  Es posible que no tuviera  la capacidad de prever los acontecimientos futuros, no así su perspicaz talento y la sensibilidad para comprender que la confrontación, por los siglos de los siglos, se inclina  más a las tablas que al jaque mate. 

Para quienes les gusta el papel, olerlo y tocarlo, el relato de Jonathan Swift está publicado en José J. de Olañeta, editor. Es un libro precioso, parece un breviario, seguro que sería del gusto del clérigo Swift.  Para el resto, los modernos, está en la red, en pdf.    

       

domingo, 5 de octubre de 2014

Buscadores de oro














Después de  tres meses de no pisar esta casa, he de reconocer que no la he echado en falta. He leído algunos libros, no todos los que tenía previsto, y me alegro de que queden pendientes e incluso, es posible que no los  lea jamás.

Antes leía con el pensamiento puesto en el blog. Y eso no está bien porque sin darme cuenta, a lo largo de estos años, la lectura se había convertido en un medio y no en un fin en sí mismo. La finalidad utilitaria, desmerece, en mi opinión, la naturaleza esencial de la lectura que no ha de tener otro propósito que disfrutar, aprender y alejar nuestra vista de lo inmediato para contemplar otros paisajes que acabarán siendo propios.
El otro día leía a no sé quién que se lamentaba de visitar librerías en las que abundaban novedades, la mayoría birrias insalvables. Que le cuesta cada vez más dar con algo que merezca la pena. Concluía que la industria editorial se está cargando el libro, no la piratería,  porque se deja arrastrar por lo que aconsejan los estudios sobre los gustos del público. Vender libros como sea, sin más miramientos que el interés mercantil,  así no suben las ventas,  pero sí se maltrata a los lectores. 

Lectores somos todos los que leemos una palabra detrás de otra, pero hay una categoría pejiguera, la de quienes buscamos libros con la expectativa de encontrar una relación de largo alcance con ellos. Un flechazo  que se concrete en un sentimiento de entusiasmo y gratitud cuando descubrimos ese autor que parece que escribe para nosotros, que esas palabras leídas y releídas nos sirven  de consuelo porque iluminan la oscuridad, y  porque también oscurecen una banal alegría para darle la dimensión exacta, en fin que para esa clase de lectores, las mentiras editoriales son como puñaladas por la espalda.

Hemos aprendido a desconfiar de las críticas en los suplementos literarios. Recelamos de las enfáticas recomendaciones en las fajas y contraportadas de los bonitos libros puestos en la mesa de novedades. Ya no creemos en las  palabritas que prometen la genialidad literaria de la temporada porque estamos escamados de tanta promesa incumplida.

A todo esto, como los buscadores de oro con el cedazo, de pronto, deslomadas entre la vulgar arenisca damos con una pepita de oro y entonces medio enloquecemos porque no hay libro que no sea para nosotros una señal del destino. Una chifladura como otra cualquiera.





De todos los libros que he leído este verano, me quedo con una recopilación de escritos del filósofo Arthur Schopenhauer, Pensamiento, palabras y música, con un bien meditado prólogo de Dionisio Garzón.

 Para leer lo bueno existe una condición: no leer lo malo, pues la vida es corta y el tiempo y las fuerzas ilimitados.
La lectura no es más que un sucedáneo del propio pensar. Dejamos que nuestras mente, sobre andadores, siga el camino que otro va señalando. A esto se añade que muchos libros sirven para mostrar cuántos falsos senderos existen y cómo podemos extraviarnos si los seguimos. Pero aquel a quien el genio dirige, es decir, el que piensa por si mismo, el que piensa libre y profundamente, posee la brújula para encontrar el camino verdadero  ”   

Ahí le ha dado. 

   

lunes, 16 de junio de 2014

Hasta luego, Hal







Son las quince y veintisiete minutos del día dieciséis de junio del año dos mil catorce, dentro de unos minutos, quizás una hora, esta entrada estará disponible para quien quiera leerla. Es un hecho  que parece de lo más natural hoy en día, pero  hace apenas ciento cincuenta años, la sincronía de tiempo y suceso que se transmitió  a través del primer telégrafo causó incredulidad y abrió el camino a una nueva percepción del  tiempo lineal, aquél  que se describe como la perfecta sucesión de un antes, ahora y después.


En el magnífico ensayo, La información,  James Gleick, analiza cómo las sociedades han ido adaptándose a las innovaciones derivadas de los avances en el control y transmisión de la información. Transcribo parte de un editorial de The New York Herald, referido a las primeras transmisiones telegráficas:

"Imagine que en este momento son las once en punto. El telégrafo transmite  lo que está diciendo  en este momento un legislador de Washington. Requiere  no poco de esfuerzo intelectual  darse cuenta  de que es una realidad  que es en este momento y no en uno que ya ha sido"





No se entendía cómo era posible enviar un mensaje físico a otra parte, si estaba escrito en un trozo de papel que se quedaba en la oficina y que no se movía del lugar. Así que hubo que explicar cómo una cosa llamada  corriente eléctrica era capaz de conducir una información, nada físico que pudiera verse ni tocarse, hasta una ciudad distante, y que se recibía en el mismo momento en el que era emitida.  


La extensión de cables por todo el territorio en la última mitad del siglo XIX  no solo  modificó el paisaje físico, también reajustó el concepto humano del tiempo. La literatura recogió los primeros frutos del cambio, no era raro leer inspiradas imágenes literarias y poéticas sobre  la nervuda red que cortaba el aire y otras frases semejantes. 

Lo asombroso  del asunto, al menos para mí, es la rapidez con la se reajusta la mente humana a los cambios de cualquier tipo y cómo estos tienen un reflejo inmediato en todas las disciplinas,  en especial en la creación artística. Desde luego, a partir de 1845  hubo controversia sobre las consecuencias de tal invención, no  pocos intelectuales se horrorizaron ante lo que empezó a  denominarse  estilo telegráfico, que era como decir la destrucción del lenguaje culto y literario.




En el siglo XXI habitamos en un presente continuo, en lo inmediato que sucede en este segundo y  que se convierte en antiguo al cabo de pocas horas.  A propósito de las noticias sobre los últimos avances en inteligencia artificial la pregunta de cómo influye en nuestra mente internet, es de lo más pertinente. Si la semana pasada anunciaban que una computadora charló con un humano sin que este último advirtiera que daba palique a una máquina, ¿tendrá conciencia la computadora de que está hablando con una persona, o sea, un ente físico sin cables ni  circuitos?

A saber de qué hablarían. He de reconocer que un futuro en el que las máquinas piensen mejor que nosotros y nos hablen,  me gusta, me entusiasma. No tengo miedo de Hal. La de veces que a esta computadora desde la que escribo la he puesto a caldo por su lentitud y ella sin rechistar, la criatura.





No tengo ni idea de qué consecuencias hay que esperar de este frenesí virtual,  pero intuyo que estamos viviendo una transformación personal y social a la altura de la invención del fuego, que como sabemos es un elemento simbólico que encarna la fuerza solar y  la creación, venerado por todas las culturas que conocían también, no hay que olvidarlo, su poder destructivo. 


El fuego de hoy es la red planetaria de comunicación que ya se extiende al espacio lunar; un fuego que nos alumbra todos los días, el  centro de nuestras vidas y donde confluye la conexión inmaterial con nuestros semejantes. Nos quedan muchos prodigios por ver y  experimentar en este siglo -si antes no desaparecemos como especie-  y no sé si somos -seremos- capaces de manejar sin quemarnos una tecnología que es casi magia,  incomprensible en sus aspectos técnicos para la mayor parte de quienes la usamos.


Desde hoy mismo, tengo intención de regresar a la era predigital. Es un experimento para comprobar hasta que punto  soy capaz de resistir la tentación de lo inmediato y, de paso, a ver si recuerdo cómo se escribe a mano. Los resultados de esta temeridad anacrónica los compartiré aquí, a partir del primeros de octubre si nada lo impide.


Que pasen un buen verano.   


  
 




lunes, 19 de mayo de 2014

Jaque de Jano





Cuenta Arthur Koestler en su apasionante autobiografía, que su apellido  es una invención de su abuelo, quien en la guerra de Crimea escapó a través del monte hasta llegar a Hungría. Kestler o  Koestler, era allí un apellido común, perfecto para pasar inadvertido. El abuelo se casó en Budapest, donde vivió desde 1860. Jamás reveló su verdadero apellido y origen, quizás para proteger a sus descendientes o para ocultar un pasado del que se avergonzaba.


El último recuerdo de su abuelo se remonta al año 1911  y está enlazado con el bocadillo de jamón que le compraba los domingos. Jamón que se comía el niño Koestler, mientras el abuelo se abstenía sin dar otras razones que los prejuicios, de los que no se pudo zafar nunca,  fruto de la estricta educación que recibió en Rusia. La ley mosaica, el judaísmo no explícito de su familia marcó la vida del escritor en sus primeras aventuras políticas.

Desde que leí sus autobiografía, sus novelas y más tarde los ensayos sobre ciencia, psicología social y por último, parapsicología - por este orden- no queda rastro de mi fe en la bondad de las ideologías políticas (o eso creo) que dejaron su mortífera huella en el siglo XX. 

La personalidad de Arthur Koestler fue magnética, concitó odios y  simpatías, cosa nada rara en un intelectual que atravesó el siglo con una valentía personal insólita. No me refiero a viajes físicos, que también, sino al permanente desafío ideológico, cuando muy pocos se atrevían a denunciar el totalitarismo. Con Albert Camus escribió un libro contra la pena de muerte, ambos  abominaron de las purgas estalinistas y del fascismo.
Recibió como premio por sus desvelos, dos condenas de muerte: una dictada por Franco, en Málaga, durante la guerra civil, acusado de espiar para los comunistas; la otra estaba escrita en alemán, con la firma de  Hitler. Sobrevivió a los fusilamientos gracias a azarosas circunstancias que analizó más tarde, en su época de escritor de fenómenos extrasensoriales.

              
En 1932 atravesó la URSS y China en unas condiciones arriesgadas, sometido al control y  la desconfianza de las autoridades. El viaje le permitió conocer de primera mano a comunistas convencidos, escritores y poetas caídos en desgracia por no someterse a la disciplina del partido y supo de la impávida ceguera de los burócratas que solo obedecían órdenes. De esa experiencia se nutrió para posteriores obras, también le convenció de que era un régimen indefendible. En 1939 abandonó su militancia comunista, fundó ese mismo año un periódico en París en el que denunció el pacto ruso alemán de no agresión. Su actividad y actitud crítica le costó el confinamiento en un campo de concentración en 1941, lo relató poco después de su liberación, en la novela  La espuma de la Tierra.  En El cero y el infinito, novela de 1937, se encargó de explicar al mundo cómo funcionaban los juicios estalinistas, a través del personaje de un anciano bolchevique  que es acusado de crímenes contra el Estado y cuya inocencia enterrará con la confesión forzada de los inexistentes delitos.


En 1978 publicó un extraordinario ensayo: Jano,  sobre la cuestión que más le había interesado durante toda su vida: las raíces del Mal encarnado en cualquier totalitarismo, sea la fe ciega en un sistema religioso, social o ideológico; aquéllos que a lo largo de la historia han provocado millones de muertes e incontables sufrimientos. El libro se publicó en España en  1981, no ha vuelto a reeditarse, creo que está descatalogado. 

Jano era el dios romano de las puertas, según explica Frazer en La rama Dorada. La efigie del dios de las dos cabezas se ponía en la entrada de la casa como protección del hogar,  simbolizaba la perfecta custodia,  con una mirada al interior y otra al exterior. La doble cabeza del dios aseguraba una vigilancia sin fisuras. En la obra de A. koestler, Jano adquiere un poderoso significado: las dos cabezas son el reflejo del ser humano, de su parte visible e invisible; de nuestros anhelos por la persecución fanática del Bien  que puede acabar convirtiéndose en una fuerza destructiva pavorosa; del pasado que da la espalda al futuro.


El escritor niega que el egoísmo personal sea el culpable de las barbaridades a las que nos entregamos de manera cíclica, disfrazadas con el nombre de guerra, mito nacional, campo de reeducación, paraíso social,  religiones y sectas de todo pelaje.
Examina el funcionamiento del individuo dentro de un grupo. Estos últimos años se han conocido experimentos sociales y psicológicos de laboratorio que confirman la tesis de Koestler en relación a la influencia del grupo y la autoridad sobre los individuos. Hay un buen ejemplo en la película La ola, basada en un caso real de adoctrinamiento fanático de un grupo de estudiantes.  


La ola, película del director Dennis Gansel. 2008


"El hombre no es ni ángel ni demonio, pero es en los intentos de hacer de ángel cuando se convierte en demonio". Esta cita, conocida como la paradoja de Pascal, le sirve a Koestler para señalar el fanatismo como la raíz del Mal. La tentación totalitaria es una constante en las sociedades humanas. Quienes se someten a la Causa Justa por la que merece la pena morir y matar, se rinden a la autoridad de un líder.Un sometimiento infantil que anula los valores personales y la facultad crítica a cambio de la seguridad que proporciona pertenecer al grupo. La siguiente pregunta que se hace A.Koestler -y tantas personas- es el porqué de nuestra incapacidad para sacar lecciones del pasado, por qué caemos en los mismos errores, siglo tras siglo. Quizás sea la combinación de ideas simples, débiles argumentos  racionales y potentes consignas que excitan la emoción, donde reside el núcleo de esa fascinación del ser humano siempre dispuesto a abrazar una identidad colectiva que satisfaga el deseo de pertenecer a algo grande, trascendente, más allá de su humilde yo irresponsable de sus actos, por más horrendos que sean.  

En una de las últimas entrevistas que concedío antes de suicidarse los 77 años, afirmó que era un hombre con indignación crónica cuyo paraíso personal se reducía a escribir todos los días mil palabras, de las que solo doscientas consideraba aceptables. De las que cierran esta entrada puede sentirse orgulloso.
"La forma más elevada  de creatividad humana  es intentar salvar  el espacio  entre el plano trivial  y el trágico de la vida humana"  
                                 
       

sábado, 26 de abril de 2014

Teorema de la frase-loro



El día de sant Jordi, camino de la caseta donde firmaba libros un amigo, tuve que sortear una larga cola que me impedía avanzar hasta mi destino. Era tal la muchedumbre que me rendí, dejé de luchar, desistí de avanzar con mi  ritmo habitual. Mientras me movía con pasito corto, le pregunté a una señora que quién firmaba allí, la de la tele, me contestó. La princesa del pueblo. ¡Oiga, pero es que ella también tiene derecho y escribe de sus cosas!  La aclaración vino a cuento, presumo, porque mi expresión no le gustó. Señora, todo el mundo tiene derecho, efectivamente, y esa princesa vende su producción escritoril con gran éxito, como es de ver. ¡Ah, bueno, si es así!  

Con el perdón de la señora que esperaba la firma de la escritora venerada, esquivé cientos, miles de personas hasta llegar a la Rambla de Cataluña, la cabeza me daba vueltas con el asunto sant Jordi, fiesta cívica ejemplar, prueba de amor y respeto por la lectura y etcétera. 





Otros años he pasado el día fuera de Barcelona, en jacarandosa celebración del cumpleaños de una persona muy próxima, lejos del ritual de las masas, por lo que esa congregación multitudinaria de fieles de la cultura me dejó boquiabierta. No sé qué me pasó, tenia pinta de estar bajo los efectos de un trance, porque me dio por recordar títulos de novelas que leí hace años: La reunión tumultuosa, del malogrado Tom Sharpe; La Marcha Radezsky,de Joseph Roth; La Guerra de las Galias, de Julio César; Manual del superviviente, que no recuerdo el autor porque lo regalé a los boy scouts de mi pueblo y Los conquistadores de lo inútil de Lionel Terray, un alpinista extraordinario por el que hubiera hecho cola, incluso habría  mordido y arañado con tal de contemplar su rostro curtido y arrugado. Soy tímida y creo que no me habría atrevido a pedirle una dedicatoria.



  
Dicen que nuestros pensamientos, las ocurrencias, reflejan el estado mental, y desde luego, esa tarde mi  mente trazaba un paralelismo de la calle que pisaba con las grandes hazañas de la humanidad, algunas bélicas, qué le vamos a hacer; manifestaba mi deseo de salir de allí a toda pastilla, pues los movimientos de  multitudes siempre me han producido repelús. La culpa de este trauma la tiene mi tía, ahora monja tibetana,  que me obligó a ver El doctor Zhivago y Los Diez mandamientos a la tierna edad de once años y en una misma tarde noche. Dos películas en las que las escenas de gentío son apabullantes. Quizás a ella también le afectó y por eso  vive hoy en Buthan, en compañía de dos yaks.

De los muchos escritores que firmaban libros, a los que ni siquiera pude vislumbrar,  los había con oficio, como Eduardo Mendoza, pero otros, pobrecillas mías, son los sobrevenidos, personas a quienes la literatura  no les repapila (Según la Rae,  repapilarse: rellenarse de comida, relamiéndose con ella





Quiero decir que el escritor sobrevenido escribe por mor de la oportunidad de ganar un dinero extra gracias a la fama -tan efímera- o bien, por afán de notoriedad, para chulear entre el vecindario; también por la  vanidad de ver su nombre estampado en un libro, por último quienes pagan por autodenominarse escritores pero no  atinan a saber en qué consiste la cosa.  No importa qué les empuja a escribir, ni soy yo nadie para juzgar  los motivos, el porqué sí y el porqué no, la cuestión es que si se empeñan en escribir deberían hacer caso de un consejo, no es mío, atención, sino de dos escritores de probada solvencia: Flaubert y Valéry, hay otros pero por ahora  vamos a quedarnos con los franceses. 
La frase perroquet, sería, por ejemplo: Llovía y el barón de la Fleur  fanée dejó su sombrero en la silla de madera de peral, tapizada con raso veneciano en cuyas aguas retozaban tres flamencos*.   





¿Que efectos tienen las frases loros en un texto? pues que aburren, no añaden sentido a la historia, banalizan y son puro relleno para llegar a un número de páginas predeterminado. Se puede distinguir una obra maestra de un catálogo de colchones con pretensión de novela erótica, por el número de frases anodinas, repetitivas, carentes de sustancia. ¿Quieren hacer la prueba? Abran un libro al azar, lean una frase cualquiera, hay que repetir la operación media docena de veces, sin son más de tres las frases loros, se cierra el libro para dejarlo donde estaba, y así  hasta dar con uno que tenga lo que ha de tener. 
Voy a demostrarlo. Un momento, por favor. Aquí está, tengo entre mis manos un libro, abro y leo: 

La sensibilidad -más frágil- de Federico se rompió primero. Después de cierta escena violenta, gritó , como gritan los panaderos al sacar del horno el último panecillo:
-¡Hemos terminado!  

 Ahí lo dejo, quizás en la próxima entrada, si nadie lo ha adivinado, descubra al autor de estas frases que como puede apreciarse, están en las antípodas de la escritura hueca.       

*A menos que la silla tapizada de raso veneciano fuera el arma del crimen.                 





domingo, 23 de marzo de 2014

Camino de Oriente


Ruinas cristianas de El-Kharga. Egipto.


Cuando leí  Desde el Monte Santo, viaje a la sombra de Bizancio del escritor británico William Dalrymple, se me cayeron varias vendas de los ojos. La principal fue perder el orgullo de pertenecer a la especie humana (aunque no sé si alguna vez lo tuve). Qué lástima no nacer libélula o genciana del campo, tan efímeras ellas y despreocupadas por el día de mañana, pero no,  me ha tocado ser miembro de la familia de los grandes monos, con tecnología para autodestruir el mundo en segundos. ¿Y tú, niña, de quién eres?  Pregunta típica en los pueblos que ahora, visto lo que nos rodea, merece una respuesta más precisa que la del linaje social: pues yo soy de los primates erguidos, de esos locos por adquirir, anexionar, dominar a quienes se pongan a tiro; narcisistas, retorcidos, bravucones. Una perla de familia, vamos.  



William Dalrymple.The Sunday Tribune

William Dalrymple es un escritor británico concienzudo, erudito y  fortachón. Un garbanzo negro.  De la clase  rara de escritores  que son capaces de planear un viaje durante años, estudiar el territorio con  mapas y  documentos polvorientos, sacados de bibliotecas convertidas en su hogar  mientras aprenden  lenguas exóticas.
 
En junio  de 1994 el escritor inició el viaje en el Monte Athos y  lo acabó  en 20 de diciembre en El Kharga,  Egipto. A pie, en coche, autobús, tren o cualquier medio de locomoción que pudiera llevarlo  por la ruta que siguiera Juan Mosco y su discípulo Sofronio en el año  587 de nuestra era.  
El prado espiritual fue su guía, el manuscrito original se conserva en el Monasterio de Iviron, fue  escrito por Juan Mosco,  relata su paso por las comunidades cristianas de Oriente y cuya copia sirvió a Dalrymple para planear el viaje, siguiendo con exactitud la misma ruta, sin saltarse etapas, lo que tiene mucho mérito pues algunas de las zonas, como en el Líbano y Turquía oriental, por ejemplo, se libraban guerras étnicas, y ya sabemos cómo las gastan los nacionalistas cuando se enfundan el traje militar.

No es un libro religioso, ni de viajes pintureros, en los que el autor se exhibe en un continuo autobombo. No, es una sensible y bien escrita crónica de cómo  viven  y, sobre todo, mueren quienes habitan  los pueblos en las que aún pervive la tradición cristiana oriental. Deja hablar, que sea el lector quien extraiga las consecuencias de lo que lee; transcribe conversaciones con jóvenes, niños, viejos, familias hostigadas por el fundamentalismo, sea islámico, judío o de cualquier signo; gente a quienes nadie presta atención porque no encajan en ninguno de los grupos nacionales y religiosos. 


Monasterio Eski Gümusler. Turquía
Desde el Monte Santo, cuenta la vida cortidiana de los cristianos en las ciudades, y también  en los escasos monasterios, eremitorios y cuevas que siguen casi como en la época de Moscoso; sus ritos, el silencio, la contemplación, la supervivencia en tiempo de guerra, que es en esas tierras el pan de todos los días, sin ir más lejos: Siria

He leído otros libros de Dalrymple, por ejemplo Nueve vidas, sobre los místicos y santones de la India. Le tengo cariño, como si fuera un amigo entrañable porque es un escritor competente, historiador de formación,  no  imparte doctrina y es un narrador poderoso, siempre en segundo plano, al servicio de la historia que escribe.
Mi edición de bolsillo la tengo siempre cerca, con las páginas llenas de remiendos con celo, anotaciones, subrayados y tan perjudicado como la comunidad copta de Deir ul-Muharraq.    

                   

    

lunes, 24 de febrero de 2014

Pobre, pequeño y feo


Interior librería Canuda. Foto del blog Maranna.wordpress.com


La última vez que me acerqué a huronear por la librería Canuda,  ahora cerrada y tapiada, a la espera de ser transformada en una tienda de ropa, encontré el libro del que no leí el prólogo hasta que lo acabé.

No había leído a  Giovanni Papinini  busqué la ocasión. Intento que los prejuicios no me cieguen,  pero he de reconocer que con Papini sí influyó la consideración de que era un escritor que estaba fuera de mis intereses lectores; me empeciné en creer que no conectaría con él, que era casi seguro un rancio, cuyo  mérito fue estar de moda hace años. Y así pasaron los años, como  canta Luis Eduardo Aute.

Giovanni Papini murió el 8 de julio de 1956, ciego y paralítico, después de la muerte de su hija Gioconda. Nacido en 1881, asistió poco a la escuela, debido a la modesta economía familiar, pero su capacidad y resolución pudieron con todas las limitaciones. A los veintidós años fundó la revista Leonardo, donde escribió artículos en los que dio a conocer personajes de su época, en especial a filósofos de quienes apenas un puñado de gente había oído hablar en esa fecha, como es el caso de Kierkegaard




Gog El libro negro, es por ahora lo único que he leído de él. Una edición de 1962, con el nombre de la propietaria en la primera página, escrito con caligrafía inglesa y una fecha: Casilda Roig, 3 de noviembre de 1963, algunas frases subrayadas con lápiz verde ya muy desvaído, y párrafos con signos de admiración en los que remarcó palabras como metásofo. Cualquiera con un lápiz en la  mano habría hecho lo mismo. Compré el libro sin pensarlo dos veces,  y lo hice por Casilda.
  
Quise leerlo enseguida, estaba ya a punto de empezar por el prólogo cuando decidí aventurarme en la lectura, siguiendo solo la pista de las anotaciones de esa mujer, de nombre tan bonito y poco corriente. No quería que el  prólogo me marcara el paso, que la opinión de un tercero me influyera; quería llegar a Papini con la inocencia de una párvula que empieza a distinguir las letras.  



He descubierto un escritor inmenso, poderoso y con el arrojo de los quince años intactoTan apasionante fue la lectura que, en aquellas noches de hace unos meses, me convertí en recalcitrante nocharniega, desvelada por culpa del libro de 511 páginas. Denso y mágico.Nutritivo. 

El escritor  presenta en la primera página a Gog, de quien dice es el verdadero autor, que  le regaló su diario y que él solo  ha  ordenado las hojas sueltas y desperdigadas para que pudiera ser  publicado: 

Me avergüenza decir dónde conocí a Gog: en un manicomio particular. Fui allí con  objeto de hacer compañía  a un joven poeta dálmata  a quien la pasión desesperada por una sombra – la amada  era una reina de la pantalla y únicamente en la pantalla le había sonreído- condenaba al delirio. 

William Blake. Satanás exultante sobre Eva, 1795


Las últimas tres páginas están dedicadas al poeta, místico y pintor británico William Blake, un broche perfecto para cerrar un libro asombroso, en el que la mejor entrevista a Einstein no ensombrece el lamento de un canibal arrepentido y melancólico       


Las notas personales sobre la vida del escritor, las he sacado del magnífico y bien documentado prólogo. Antes de que cierren todas las librerías de lance que quedan en Barcelona, tengo intención de embarcarme en una razzia en busca de Papini, de su prologuista Enrique Palau y del traductor Mario Verdaguer. Merece la pena esta empresa, antes de que  los libros de viejo sean sustituidos por ropa made en Indochina. 
¡Ah, si doña Casilda está viva y quiere recuperar su libro, no tiene más que  pedirmelo!