viernes, 20 de diciembre de 2013

E la nave va





En esta pequeñísima nave que viaja a 29,5 kilómetros por segundo y recorre 106.000 kilómetros  en una hora, el tiempo pasa muy rápido para los viajeros; lo peor es que en casi todos los camarotes  hay líos y broncas. Unos pocos organizan un barullo de mil demonios.

En el año nuevo que se acerca, a punto de empezar el invierno, prometo pasear más por la cubierta con el propósito de hacer amigos, gente de otros camarotes,  de buen corazón que también quiere respirar aire fresco y sentir la velocidad del viento en la cara, hay sitio para todos. 

Les deseo unas felices fiestas y un año 2014 en el que no falte la esperanza y su poquito de amor y alegría.  


      

domingo, 8 de diciembre de 2013

Esperanto mi ŝatas. Gracoj, Lázaro Zamenhof


 


No soy esperantista, por ahora, aunque espero convertirme algún día en miembro de tan distinguida sociedad. Esta declaración de principios quiere ser también una muestra de rendida admiración por Lázaro Zamenohf, el creador de un lenguaje que deberíamos hablar todos los habitantes del planeta Tierra. Es muy probable que si el esperanto  fuera la lengua de uso universal, aparte de la lengua local de cada cual, más de una guerra y enfrentamiento violento se habrían evitado o se evitará, tiempo futuro que no debemos olvidar.
El esperanto, para algunos un invento fruto de la extravagancia de un raro, es una lengua perfecta; sin tropiezos gramaticales apenas, no hay declinaciones ni irregularidades y cualquiera puede aprenderlo dedicándole unas pocas horas semanales. Lo más importante es que esta lengua creada por Zamenhof es  una oportunidad para salvar las diferencias lingüísticas que nos dividen.
 
En julio de 1887 se publicó en Varsovia el primer libro en esperanto, Internacia Lingvo (lengua internacional), publicado bajo el seudónimo de "Doctor Esperanto
El objetivo del médico polaco era cumplir con su ideal de fraternidad universal  que se inspiraba en el respeto por todos los seres humanos sin distinción,  para alcanzarlo era preciso  facilitar  la comunicación verbal. Que  cualquier lugar del mundo fuera nuestra patria, que nos uniera el habla, esa conquista evolutiva que convierte el lenguaje en un instrumento sofisticado, elegante y bello con el que manifestamos ideas, deseos  ilusiones y necesidades.         

Detrás de la creación de Zamenohf,  oftalmólogo polaco que se educó en Rusia y que, sin ánimo de hacer chiste, fue un visionario a la altura de un Tesla o Einstein,  reina un conocimiento, quizás intuitivo, de la profunda influencia de la lengua que hablamos sobre  la realidad  y viceversa.

 
Se dice en el Talmud que las lenguas importantes en el mundo son cuatro: griego para cantar, latín para guerrear, siríaco para honrar a los muertos y hebreo para hablar.
Variaciones sobre esta sentencia se encuentran en textos históricos, leyendas populares y  afirmaciones como la de Louis Le Laboureur, gramático francés del siglo XVII, quien tras años de estudios, vino a afirmar lo siguiente: nunca puede ser oscuro el francés porque los franceses seguimos en nuestra lengua el orden de la naturaleza que es el orden de nuestro pensamiento; también Brunetière, quien en 1894 se dirigió a la Académie Française en su discurso de ingreso de tal manera:  el francés es la lengua más clara,  más lógica  y transparente que el hombre haya hablado jamás.

 
Podemos encontrar perlas semejantes en todas las culturas, épocas y  tradiciones lingüísticas. El hablante cree, con fe religiosa, que su lengua es superior, mejor, más útil, funcional y expresiva que el resto de lenguas, sobre todo la del vecino, que suele ser una birria andante. Por poner un ejemplo de majadería en torno a una lengua, valga la del  lingüista danés Jespersen, que opinaba que el inglés era muy superior al francés: “porque el inglés es una lengua metódica, eficiente, sobria y lo mismo que es una lengua es una nación” por lo visto, los ingleses le molaban.      
En After Babel, George Steiner defendió que las lenguas con   tiempos verbales futuros aseguran el porvenir del pueblo que los habla, o al menos,  dan esperanza sobre la existencia de un tiempo  más allá del hoy, circunstancia según él,  que salva a las naciones con lenguas de “futuridad articulada  del suicidio generalizado.
Ha resultado que la  argumentación de Steiner,  escrita en 1975, tiene mucho de profético pues  desde esa fecha han desaparecido docenas de lenguas que carecen de temporalidad futura. Quizás no sea por eso, sino porque eran habladas por tribus que fueron invadidas por otras tribus con más influencia en el territorio o simplemente porque no era una lengua útil para sus hablantes.

Los últimos estudios sobre lingüística y neurolingüística refieren que no existe ni una sola lengua terrestre que no comparta la misma gramática subyacente,  basada en idénticos conceptos. Un descubrimiento que dinamita el prejuicio de que las lenguas nos hacen distintos. La lengua materna tiene una influencia insignificante sobre nuestra manera de pensar porque –ahí viene lo demoledor para amantes de la diferencia entre etnias y pueblos- los seres humanos pensamos en términos tan parecidos que son inidentificables, hables el arameo, el alto alemán o el  chino mandarín.
El próximo 15 de diciembre se conmemora el nacimiento de Zamenhof (1859). Se celebrarán actos en todo  el mundo. Lecturas en esperanto, encuentros y reuniones donde se hablará la lengua de creación artificial entre personas de muy distinta procedencia e idioma.
He de decir que muy cerca de donde vivo, en Sant Pau d’ordal, Subirats,  tiene la sede el museo de esperanto con abundante documentación sobre el origen y evolución  de esta lengua. Su fundador fue el farmacéutico Lluís Hernández Yzal, que nació en 1917, el mismo año en el que murió Lázaro Zamenhof.
 
 
 
Visité el museo hace unas semanas y  es asombrosa la cantidad de literatura  escrita en esperanto, las miles de postales procedentes de todo el mundo; carteles preciosos de mediados de siglo XX, anunciando los congresos que se celebraban, algunos en Barcelona; y la  historia sobre el empuje que tenían las sociedades esperantistas, sobre todo en Cataluña, en la década de los años veinte y treinta del siglo XX.
 
En la actualidad hay dos millones largos de esperantistas. Existe una red internacional de acogida -gratis-con domicilios y teléfonos de contacto. Todo por amor a la lengua y sus ideales, hoy pasados de moda. Un esperantista tiene como orgullo abrir su casa y ser el anfitrión del extranjero, hermano de lengua. Se puede viajar por todo el mundo sin pisar un hotel, de casa en casa, disfrutando de la amistad sin otro interés que extender  una lengua que nos abre la mente y el corazón.    
 
Esperanto mi ŝatas. Gracoj, Lázaro Zamenhof (El esperanto me gusta. Gracias, Lázaro Zamenhof)