sábado, 8 de enero de 2011

Jueves

William Bastiaan Tholen, 1860-1931 A view in a forest

El jueves era el mejor día de la semana. Durante años creyó que no podía sucederle nada malo en ese día. Las mejores oportunidades de su vida ocurrieron, precisamente, los jueves. Los hechos demostraban que su creencia tenía un fundamento empírico, era una fe  documentada que  demostraba, calendario perpetuo en mano, que le parieron, se casó, firmó  el mejor contrato de trabajo, nacieron sus dos hijos en el quinto día, el  jupiterino.
Sin contar otros sucesos menores en los que la buena suerte apareció el jueves para echarle una mano. Los miércoles al atardecer  sentía un optimismo liberador ante la proximidad de la jornada  en la que nada se torcía,  pues si era jueves, el destino se ponía siempre de su parte; el acontecimiento más nimio le insuflaba tal entusiasmo que incluso el dolor de su rodilla izquierda desaparecía por unas horas. A media mañana del último jueves, salió de casa con una sonrisa apenas disimulada y los ojos humedecidos por culpa de la fiebre del heno. ¿Acaso debía preocuparse?  ¿No era un jueves de primavera radiante a pesar del polen que flotaba en el aire?   Pues claro, hombre. Sólo había motivos de alegría  a su alrededor. En la barra del bar después de secarse las lágrimas, pidió un cortado descafeinado que le fue servido por una camarera nueva. La miró un instante para  regresar, fulminantes los ojos,  al reloj que bailaba en la delgada muñeca; con súbito interés científico observó el asombroso  lento avance del segundero. Las diez y media, mientras la camarera derramaba una espuma de crema de leche sobre el café.

-¿Así o más?

Ya está bien, gracias, contestó sin levantar la cabeza. ¿Por qué a mí?  esa estúpida interrogación la repitió hasta que el cortado se quedó frío, entonces  sacó de su monedero con cremallera dos euros, los dejó sobre la barra y se dirigió a la salida. ¿Está malo? ¿quiere que se lo vuelva a calentar?  No, no. Adiós, dijo, mientras se ajustaba, sin éxito, la correa del reloj.  En la calle se miró las manos temblorosas y, esta vez, las lágrimas eran de emoción y de temor al mismo tiempo porque acababa de sufrir los efectos de un repentino enamoramiento. La incredulidad y el estupor  se reflejaban en su cara, tenía la certeza de que tal hecho era una fatalidad que auguraba un mal desenlace. A las pocas horas, como un autómata  esclavo  de una pasión,  regresó al bar, pidió una tónica  con ginebra a la camarera de cuello largo y  pelo  cortado casi al cero.

-¿Qué tal? ¿Está mejor que esta mañana?

Sin apenas fuerzas debido a la turbación, afirmó con la cabeza antes de beber de un sólo trago la bebida,  sintió unas palpitaciones en el pecho, pidió una segunda tónica, en esta ocasión con vodka, los golpes del corazón resonaban como un tambor de guerra  dentro de su cuerpo, minutos más tarde cayó al suelo. Era jueves, definitivamente, su día de suerte.             

10 comentarios:

  1. Interesante relato que demuestra como los detalles de supersticiones (otros les llaman fe, manías, etc.), en mi modesto entender, afectan a todo quisqui, pues la supuesta racionalidad la usamos de forma muy "racionada".
    Esto iría complementado con que el jueves del protagonista, en realidad no sería su día de suerte, sino su día de acontecimientos extremos; lo que fue suerte es que hasta su "caida", cada acontecimiento extremo lo había sido por el lado bueno, pero, claro, algún día los dados caen del otro lado...
    Hasta la próxima entrada; un afectuoso saludo.

    ResponderEliminar
  2. Muy bien dicho.En ese día en particular, el protagonista interpretaba los sucesos en clave favorable y sobre todo tenía una predisposición a que le ocurrieran cosas buenas. Aunque reconozcamos que existen casualidades que se alejan de lo razonablemente probable.Y no todo puede ser explicado desde la racionalidad.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  3. Hola querida amiga amaltea, el jueves era su día de buena suerte y el amor llamo y entro a su corazón y mente, sin pedir permiso como suele presentarse de repente te toca con su flecha...es así de caprichoso.

    Me encanto leer tu relato amiga.

    Besos de MA y mil gracias por dejar huella bloguera en mi blog, tu blog amigo.

    ResponderEliminar
  4. Sería fantástico, como dice Serrat, que pudiéramos tener un día fijo en el que todo nos fuera favorable. A falta de día de la suerte lo creamos en la imaginación, un consuelo inofensivo.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  5. La verdad es que somos tan vulnerables, tan inseguros, sin nada a lo que agarrarnos, que necesitamos apoyarnos en algo que nos de cierta seguridad, que nos alivie de la incertidumbre...La mente es muy poderosa, y como dices la imaginación es capaz de darnos ese consuelo inofensivo y de tener una actitud positiva para encajar los acontecimientos.

    Sigo prendada de tus relatos.

    Muchos besos!

    ResponderEliminar
  6. La imaginación es una auténtica caja mágica que los humanos tenemos a nuestra disposición, con ella podemos alcanzar lo más bello y es el don más valioso para ahuyentar lo siniestro.
    Gracias Tati por leerme con tan buenos ojos.

    Un fuerte abrazo y besos.

    ResponderEliminar
  7. Creo que no tenemos ni idea de cómo podría interferir en los acontecimientos de nuestras vidas, si se utiliza gran parte de nuestra energía, determinación y fe, no sé qué palabra..
    Creo que 'sintonia', explica mejor.
    Si hemos entendido nuestra propia configuración,
    todo sería mucho más aceptable.

    Y pensé que el personaje había encontrado el verdadero amor, sólo un jueves ...

    un fuerte abrazo

    ResponderEliminar
  8. Sí,Denise, si pudiéramos entender y acaso disponer de lo que se "cuece" en nuetro interior quizás lograríamos reconocer la parte más hermosa y oculta de la vida.

    Muchos abrazos.

    ResponderEliminar
  9. Gracias Amaltea por tu estupendo comentario en el post de entrada de mi blog.
    Un pequeño homenaje a Gloria Fuertes.

    Abrazos de MA.

    ResponderEliminar
  10. MA, a Gloria Fuertes se le reconoció en vida cómo una figura femenina que invitaba a la risa por su versificación ripiosa, pero su obra menos conocida tiene una hondura poco común.

    ResponderEliminar