lunes, 25 de enero de 2010

África


-Si hubiera alguna posibilidad de regresar, ¿querrías aprovecharla?
-¿Quién, yo?
-Pues claro, a ti te lo digo, ¿o es que hay alguien más con nosotras?
En el camino hasta el cementerio, Cayene Le brun y  Catalina de Siena recogieron dos garrafas de agua, rotas y sucias, que alguien había echado por el terraplén y un trozo de cuerda verde que no alcanzaba el metro.
Cayene llevaba su garrafa  debajo  del brazo izquierdo; del derecho le colgaba una bolsa de supermercado  con dos naranjas reblandecidas, cuatro magdalenas caducadas y un zumo  de manzana, tardó un rato en contestar a Catalina y cuando lo hizo, sonrió  burlona con la boca un poco torcida , dejando ver sus dientes blancos y grandes.
-Pues no, lista, aquí estamos mejor y estoy segura de que vamos a tener mucha suerte y nos haremos ricas, muy ricas, lo sé seguro, lo soñé ayer y hace un mes. Mis sueños no fallan nunca, lo sabes ¿O no?
Se oyó el motor de un vehículo que se acercaba por el camino de tierra, las dos niñas se escondieron entre los matorrales para esperar en silencio que pasara el peligro. Juntaron las cabezas, adornadas por decenas de pequeñas trenzas, y cerraron muy fuerte los ojos hasta que el ruido del camión se convirtió en un lejano zumbido.
-¿Crees que volverán?-  Susurró Catalina de Siena, aún con los ojos cerrados.
Cayene Le Brun, de doce años besó a Catalina de Siena, de trece años, huérfana y criada en un convento de monjas españolas en Malabo.
-No volverán, hoy  ya no. Y no tiembles, venga, que falta poco ¡ Vamos!
La mano de Cayene Le Brun, hija de las calles en un barrio de Brazzaville, arrastró a  Catalina hasta el camino, les quedaba menos de un kilómetro para llegar al cementerio; sin decirse nada  la una a la otra, empezaron a correr  hasta llegar al muro trasero de cementerio, jadeantes y con el corazón saliéndoles por la boca se agacharon para atravesar el agujero, por el que apenas cabían, y entrar en el camposanto. Lo primero fue guardar las garrafas y la cuerda en el fondo del nicho, luego se sentaron con las piernas cruzadas en la entrada y comieron  las naranjas y las magdalenas. Desde alli se veía la luna en cuarto creciente, Cayene la señaló con el dedo  pringoso de naranja, Catalina afirmó con la cabeza mientras masticaba una magdalena.
-¡Qué bonita es la luna!- Dijo Cayene Le Brun, después suspiró como si se hubiera sacado un peso de encima.    
-Sí, y qué suerte tener esta casa para nosotras solas, aqui nadie nos molesta- Catalina pronunció estas palabras mientras encendía uno de los tres cirios, medio consumidos, que guardaban para alumbrarse cuando tapaban la entrada del nicho con un cartón duro donde se leía: The best way of life.
                                   
Ilustraciones del libro  Abroad. Thomas Crane, 1882.
University of California Libraries. 
   

4 comentarios:

  1. Me gustó leerlo pero siempre me dejas con la sensación de compasión en la mente. Tus personajes nunca son ricos, guapos, listos y suertudos. ¿Por qué?

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  2. Si fueran ricos, guapos y suertudos yo sería Woodhouse,cosa improbable porque ni soy un señor ni estoy criando malvas, por ahora.

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  3. Amaltea este relato deja un sabor agridulce, y creo que refleja muy bien la ambivalencia del ser humano, en el que, junto a la miseria y el terror provocado por nuestras pulsiones demoníacas, conviven la ilusión y la esperanza de un futuro mejor, ¡por fin decente y humano!.

    Con cariño.

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  4. Cándido, para sobrevivir en este mundo despiadado y hermoso a ratos, hay que mantener siempre encendida la luz de los sueños y de la esperanza. Saludos, amigo.

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