martes, 24 de marzo de 2009

Intruso

Window factory building San Francisco, artista Ansel Adams


El taconeo sobre el pavimento recién regado sonaba como el chasquido de un látigo. Lara pisaba con la fuerza que transmitía su musculatura alimentada con arginina, jalea real, carnitina y otras sustancias, algunas ilegales, pero la licitud del comercio nada importaba cuando se trata de moldear su cuerpo. A pesar de su rostro marcado por las cicatrices de la viruela, Lara era hermosa, tenía la belleza de esos edificios olvidados que fueron esplendorosos en algún momento y que conservan un muro, un patio o una escalera en donde se concentra el brillo del pasado. Una belleza oculta, invisible para la mayoría de la gente pero que destaca como un diamante en medio de una boñiga a una hora determinada del día, en ese instante en el que a los afortunados que pasan por allí les es dado el favor de percibir la belleza escondida. Los zapatos azules le iban como un guante, se sentía cómoda y en un estado de ánimo sobrenatural, Lara cantaba por la calle, a esa hora en la que sólo quedan algunos parranderos y las brigadas de limpieza del ayuntamiento.

“En una noche de luna Naila me hablaba con ternura.....ya me embriagué con otro hombre ya no soy Naila para .... Naila y por qué me abandonas, tonta, si bien sabes que te quiero, vuelve a mí, ya no busques otros senderos, te perdono porque sin tu amor se me parte el corazón”. 
-¡Chica toma claras de huevo! ¡peazo voz tienes, condenada! 
- Ya quisieras tú mi voz, Montserrat Caballé.
Lara dejó al de la limpieza con un rubor que le llegaba al nacimiento del espeso pelo enredado en decenas de rastas. Sus compañeros sofocaron las risas, el de las rastas continuó recogiendo papeles con la pinza, recordaba con rabia las veces que por el maldito teléfono le confundían por una vieja debido a su femenina  y aguda voz.
A las ocho de la mañana, Lara entraba en su piso, husmeó el ambiente, alguien había estado antes allí. Olía a hombre, a sudor a restos de tabaco. Si moverse del vestíbulo, miró el suelo: dos pisadas sobre el suelo sucio delataban un intruso. Eran huellas de zapatillas deportivas, con las llaves aún en las manos, retrocedió hasta la puerta, el ruido de cubiertos en la cocina la tranquilizó, alguien estaba lavando los platos. Gritó sin moverse de la puerta:
-¿Quién hay ahí?
Un hombre vestido con un pantalón arrugado y sucio y camiseta roja que le venía muy grande, apareció por la puerta de la cocina:
-Disculpe la molestia, no tenía adonde ir, he entrado porque tenía hambre y sueño. Había pollo frito en la nevera, me lo he comido y ahora, si no le importa me marcho. Lo he dejado todo limpio, no quiero importunar.
Había dicho importunar, esa palabra, le pareció a Lara una garantía de la personalidad bondadosa del ladrón que había allanado su casa y se había zampado su comida.
-No hacía falta que te comieras el pollo, era mi comida. Hay también yogures y un flan.
-Ya, también me los he comido. Lo siento, gracias. Cuando tenga dinero se lo pagaré.  
El hombre se dirigió a la puerta con intención de abrir la puerta, pero Lara, que le sacaba dos cabezas, le detuvo:
-Ya que estás aquí,  me acompañas mientras desayuno. Es lo menos que puedes hacer después del saqueo ¿No te parece?   




3 comentarios:

  1. Srta. Amaltea.
    Si sus relatos se corresponden con la realidad, creo que estoy mejor en mi limbo; los mastuerzos andan sueltos por todas partes. ¡que desfachatez! o acaso: ¿es que estamos ante otra "Gran Depresión"?, o ¿es que se han perdido los valores de rectitud moral? --> Al final tendremos razón los viejos prusianos con nuestro hacer jerarquizqado y kantiano.
    Feliz de regocijarme con sus relatos.
    Siga con salud.
    Atentamente.

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  2. Guderian, tiene usted suerte de estar en el limbo porque aquí sus principios kantianos se iban a quedar hechos unos zorros que ni para el reciclaje.

    Marieta,eso`parece, aplomo no le falta.

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