domingo, 15 de febrero de 2009

Talla cuarenta y uno







Julito se detuvo en el patio de la iglesia de Santa Ana, había llegado allí desde el callejón del lado sur de la Plaza de Cataluña. Se sentó en el suelo, junto a la entrada principal de la iglesia y miró atento los zapatos azules, dudó unos segundos antes de arrancar la etiqueta de la marca. Una mujer que acababa de comprar un ramo de margaritas le echó en el regazo cincuenta céntimos de euro que Julito casi cogió al vuelo, la moneda estaba aún caliente, pasó a su bolsillo junto con media docena de monedas de distinto valor que había recogida a lo largo del día.
Decidió exhibir los zapatos sobre la misma bolsa donde habían sido guardados en la maleta que vendió por dos euros al Yimi. Anunció la mercancía a las mujeres que salían de la iglesia, casi en susurro, por respeto al culto, se decía.
-¡Ehh, shhh, mire, señora! estos zapatos se los dejo por veinte euros, son muy elegantes,  Chanel, una ganga.

Era un precio razonable para ese hermoso par de zapatos nuevos de marca distinguida. Veinte euros que podía rebajar hasta los cinco  si antes de las nueve de la noche no se los sacaba de encima.

Su refugio desde hacía una semana era una casa en ruinas, a punto de ser derruida, cerca de las Glorias. No podía llegar tarde, porque su rincón ya estaría ocupado por Deli, esa pegajosa rumana que le seguía a todas partes.

Evaluó las posibilidades de una venta rápida, la talla era desde luego un gran obstáculo. Una cuarenta y uno. Decidió seleccionar la clientela, descartó bajitas y medianas y se concentró en atisbar mujeres recias de amplios hombros, pues según su experiencia, existía una correspondencia entre la espalda y los pies, una espalda ancha con hombros rectos acompañaba siempre pies de talla generosa.
Una pareja de extranjeros se situó frente a la entrada de la iglesia con intención de echar unas fotos, ella era la perla que buscaba.

-Only twenty euros for you, only for you, madame.

Tras un titubeo la mujer le echó dos euros, por lástima, porque ni siquiera miró los zapatos que Julito metió a continuación en la mochila. Mañana se los endilgaría a alguna de las turistas grandotas que recorrían el Barrio gótico.
Camino a su provisional hogar, invirtió un euro y cincuenta céntimos en un cupón de la Once que se sortearía esa misma noche. Al pasar por la calle Ali Bey entrevió entre los sucios cristales de un taller mecánico a Joan. Sonrió para sus adentros y se compadeció de la perra vida laboral de su amigo. En cambio, él era libre para ir de un lugar a otro, todos los días del año y a cualquier hora.











3 comentarios:

  1. Al menos este no ha "cascao", aun...

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  2. ¡Ayyy, Dios!; el pobre Charli ve esclavo a su amigo Abel, y aquí si podemos decir lo de la viga y la paja...
    Si interpreto bien el formato de estos relatos, ya me puedo preguntar que le espera a Abel en el próximo capítulo (espero que no se encuentre con Caín... ¡uy!, que mal chiste).
    Espero con ganas el próximo relato. Suerte.

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  3. Marieta, hay que dejar alguno vivo.

    Anónimo, espero que mis relatos no sean tan previsibles.

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